El impacto de la comunicación en la identidad

La comunicación es condición implícita en la vida humana. No es sólo a través de las expresiones verbales como nos comunicamos. De hecho, cualquier actitud o comportamiento dice algo. Todo gesto humano comunica a quien lo observa. Aun inclusive el silencio mismo es comunicación. De ahí que el primer axioma de la comunicación señale que es imposible no comunicarse.

La comunicación es el vehículo por medio de cual enviamos mensajes a los demás. Toda interacción entre dos o más personas es factible gracias al proceso de comunicación. Ésta es la forma por medio de la cual logramos entendernos; aunque por el mal manejo que de ella hacemos, lo que en muchas ocasiones logramos es lo contrario.

Siendo la comunicación el proceso a través del cual, si lo hacemos de forma correcta, podemos comprendernos, resulta difícil creer que le atribuyamos tan poca importancia. El esfuerzo que hacemos por mejorarla es prácticamente nulo. Es un hecho que, en la mayoría de las ocasiones, nos comunicamos de forma reactiva, por impulso, sin tener control de la forma en que lo hacemos. Y, si como se ha dicho por estudiosos de la materia, la forma es fondo, al no tener un manejo adecuado de ella, el resultado que obtenemos suele ser la poca comprensión con los demás. Es decir, nos quedamos incomunicados.

La comunicación tiene tres áreas bajo las cuales se realiza. La primera es lo que conocemos como sintaxis, que tiene que ver con el arreglo y uso que hacemos de los elementos que están presentes en toda comunicación. La segunda es la semántica, que se refiere al significado que, de común acuerdo, se le dan a los signos usados al comunicarse. La tercera es la pragmática, y se refiere al impacto que la comunicación tiene en quienes la realizan.

De lo anterior se desprende que siempre estamos siendo afectados por la comunicación que tenemos con nuestro entorno. Todo lo que sucede nos está diciendo algo y, ante ello, es imposible permanecer inmutables. Así pues, es natural reconocer que estamos en continuo cambio. Si no se percibe de manera inmediata, habrá que observar nuestras creencias y comportamientos a lo largo de los años para darnos cuenta de que sí hemos cambiado, y mucho.

En mayor o menor medida, los cambios que experimentamos son producto de la comunicación que tenemos. Cada acontecimiento va generando experiencias a las que, de una u otra forma, les vamos asignando valor y significado. Lo interesante de esto es que casi no nos detenemos a discernir el impacto que en nuestras vidas tiene la comunicación. Debiéramos dedicar mayor tiempo y esfuerzo para tener más control sobre los efectos que la comunicación tiene en nuestras vidas.

Todos nos guiamos por un conjunto de creencias y valores. Éstos vienen a formar un sistema que determina lo que conocemos como nuestra identidad, es decir, la idea que tenemos acerca de nosotros mismos. Esta identidad está siendo continuamente confrontada por lo que sucede en nuestro entorno. Es un hecho que siempre estamos haciendo juicios sobre lo que acontece. Es a partir de ellos que terminamos reforzando o modificando nuestras creencias y valores y, como consecuencia, nuestra propia identidad.

Por eso es que, como ya hemos indicado, toda comunicación que realizamos, de una u otra forma, tiene un impacto en nosotros. Ciertamente que la gran mayoría de las veces ni siquiera nos percatamos de ello. Existen consecuencias que son de poco impacto, de las que sólo la acumulación de las mismas pueden generar un cambio relevante. Hay otras que, por su magnitud, generan de inmediato un cambio radical. Algunas, aún inclusive al paso del tiempo, mantienen un alto grado de tensión, de manera que suelen despertarse con mucha facilidad determinando nuestras actitudes y comportamientos.

Al tener conocimiento de lo anterior, toda persona debiera aspirar a un manejo más efectivo de su comportamiento y, en consecuencia, ser más dueño de sí mismo. Para que esto último se pueda llevar a la práctica, es necesario reconocer que nuestra identidad, es decir, nuestro sistema de creencias y valores, es producto de las interacciones que previamente hemos tenido. Una vez reconocido esto, es necesario revisar la identidad que hemos construido y con la que estamos identificados.

Lo anterior implica un ejercicio serio para, de forma consciente, elegir aquello en lo que se quiere creer y a lo que se le da valor. Sólo entonces se puede aspirar a ser protagonista de la vida propia. En caso contrario, como ya se ha indicado, sólo se estará reaccionando sin tener plena conciencia de lo que se hace, por qué se hace y cuál es su sentido.

Al tener conocimiento de lo anterior, hay que generar la convicción de que toda comunicación estará, en mayor o menor medida, cuestionando la propia identidad. Desarrollar la capacidad para cuestionarse sobre nuestras creencias y valores, requiere de apertura y flexibilidad para establecer un compromiso y trazar el camino hacia el desarrollo y crecimiento personal.

1280 847 Adalberto J. Reiter E.

Adalberto J. Reiter E.

Más de cuatro décadas de experiencia laboral. Las últimas dos dedicado al desarrollo humano. Con una metodología propia para el crecimiento integral de la persona.

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