Cada vez es más frecuente escuchar conversaciones en las que se hace mención del estrés. Tan frecuente es la referencia que se hace de él, que da la impresión de que se ha convertido en un tema importante para muchos, y es que hoy en día el estrés está presente en la mayoría de las personas. Podemos afirmar que ha venido a ser un acompañante frecuente del quehacer humano.
Hay muchas personas que creen que la complejidad y el aceleramiento de la vida moderna es el origen o causa del estrés. Sin lugar a duda que la vida moderna contribuye a que el estrés se haga presente de forma extrema y negativa. Sin embargo, vale la pena entender su origen y sentido.
El estrés es un mecanismo propio de nuestra naturaleza el cual, de hecho, compartimos con muchas otras especies animales. Y es que el estrés tiene una función o razón de ser. Se trata de una alarma que, ante una amenaza, genera en el individuo una serie de reacciones fisiológicas que le preparan para poder enfrentarla de la mejor forma posible. Podemos decir que esta es la primera etapa de lo que podemos llamar el perfil del estrés.
En esta primera etapa se producen una serie de descarga de hormonas que llevan al organismo a un estado de máxima efectividad orgánica, preparándolo para una segunda etapa que es conocida como la fase de pelar o huir. Se trata de una simple reacción fisiológica automática del sistema nervioso central, que tiene como propósito la sobrevivencia. Una vez que se ha pasado por esta segunda etapa, se produce una tercera que es la fase de recuperación y que el organismo mismo la genera para regresar a su estado de equilibrio.
A estas tres fases antes descritas se le conoce como estrés agudo o “eustrés”, lo que algunas personas llaman el estrés bueno. La razón de esta expresión es que tiene una utilidad para el individuo. Esta es ayudarlo a superar el estado de amenaza y regresarlo a su estado de equilibrio. A esto, el doctor Hans Selye, conocido como el padre del estrés, y quién acuño el término “Stress”, llamó “síndrome de adaptación general”.
Si comprendemos el sentido y el origen del estrés, nos debe quedar claro que se trata de un mecanismo de alarma natural, que en su momento fue indispensable para que los primeros humanos enfrentaran a sus depredadores. El hecho es que hoy estamos muy lejos de las amenazas a las que nuestros antepasados se enfrentaron. Sin embargo, el mecanismo sigue estando vigente.
En la época que nos ha tocado vivir, nos enfrentamos a situaciones de alta demanda psicológica, lo que produce la misma reacción de estrés que la que se generaba en los hombres primitivos. La gran diferencia es que, por el ritmo acelerado de nuestro estilo de vida moderno, los estímulos generadores del estrés se suceden uno a otro sin que podamos llegar a la tercera etapa que, como ya indicamos, es la de la relajación para recuperar el equilibrio del organismo.
Con lo anterior, se genera lo que se conoce como una etapa de resistencia, en la que el organismo de la persona se mantiene en un estado de máxima efectividad orgánica, secretando un sinnúmero de hormonas que, al paso del tiempo, terminan por desgastar al organismo, pudiéndolo llevar, en un caso extremo, a la muerte. A esto se le conoce como el estrés crónico o “distress”, y lo que algunas personas llaman el estrés negativo.
Estas son algunas de las consecuencias del estrés crónico: alergias, ansiedad, asma, alcoholismo, colitis, colesterol alto, depresión, disfunciones sexuales, dolores de cuello, diarrea, estreñimiento, gastritis, hipertensión, insomnio, migraña, nervios, obesidad, problemas cardiovasculares, tabaquismo.
En realidad, el problema no es este mecanismo de defensa que está instalado de forma natural en cada uno de nosotros, y que conocemos como estrés, sino la forma de vida que hemos adoptado, y que nos mantiene en un constante estado de alerta. Si entendemos esta situación, no debiéramos preocuparnos por el estrés en sí mismo, sino por todo aquello que nos impide completar el ciclo natural del mismo y que, como ya se ha indicado, busca logar el equilibrio.
Para compensar este estilo de vida tan agitado que hoy llevamos, debemos aprender cómo realizar la tercera etapa que es la de relajarnos. La forma más efectiva para lograrlo es la meditación diaria. También, son de gran ayuda algunas otras actividades como la práctica de deportes, el ejercicio físico, la práctica de el yoga, la convivencia afectiva con familiares y amistades, las actividades al aire libre, las aficiones, el esparcimiento que genere risa, entre otras más. En manos de cada quién está la posibilidad de evitar los daños del estrés crónico.
Si nos queda claro, el estrés es un mecanismo natural de gran utilidad para cada individuo y debemos de reconocerlo como tal. Lo que tenemos que hacer para evitar los riesgos de un estrés crónico, es compensar el acelerado estilo de vida moderno con actividades que nos generen el equilibrio que todo organismo necesita para apoyar la salud.
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