Todo ser humano, al igual que cualquier objeto inanimado, existe. Sin embargo, a diferencia de estos, tiene la capacidad para convivir. Ésta es una característica fundamental que permite acercarnos a nuestro sentido de ser. Como seres vivos nos distinguimos de los que no lo son por la capacidad que tenemos para relacionarnos, así como por la forma en que lo podemos hacer.
El grado de complejidad en la convivencia de los miembros de una especie, se va haciendo mayor en la medida en que tiene un grado evolutivo más alto. Como humanos contamos con características que nos distinguen de las demás especies. Entre ellas se encuentra la capacidad para crear.
Basta con una simple mirada a lo que ha sido el proceso de desarrollo de nuestra especie, sobre todo y en particular en los últimos años, para percatarnos de que nuestros logros se sustentan en el grado de colaboración, tanto entre individuos como entre los grupos que formamos. En realidad, el desarrollo de cualquiera depende fundamentalmente, y desde temprana edad, del nivel y calidad de la interacción que tiene con quienes le rodean.
Si en su temprana edad se aísla a un individuo de su comunidad, lo que generaremos será que pierda la oportunidad de contar con capacidades básicas de nuestra especie. Basta con revisar los famosos casos de los llamados “niños ferales”, para quedar convencido que somos, en gran medida, producto de lo que aprendemos de quienes nos rodean. Esto es algo que inicia con el nacimiento y típicamente continúa a lo largo de la vida de todo individuo. Sin las relaciones con los demás, tendemos a deshumanizarnos.
Ciertamente que la convivencia con otras personas puede producir, de hecho es algo que sucede con frecuencia, conflictos, choques de sentimientos y de ideas, mismos que pueden generar actitudes no sólo de distanciamiento, sino de agresión, violencia, desprecio y muchas otras formas de enfrentamiento. El problema, en estos casos, no es la convivencia en sí misma, sino del pobre manejo que hacemos de ella, y es que en todas estas interacciones fallidas se manifiesta una forma de comunicación inadecuada. Se privilegia el interés individual sobre el colectivo.
La forma de comunicación adecuada requiere de apertura hacia los demás, así como de conocimiento de sí mismo. Es necesario tener un alto grado de empatía, a la vez que una amplia capacidad de asertividad. Ambas capacidades deben de manejarse de forma balanceada. Sólo así se puede lograr una comunicación compasiva, es decir, el reconocimiento de las necesidades y sentimientos propios, como aquellos de los interlocutores. La comunicación compasiva es condición indispensable para que se pueda lograr una efectiva convivencia, y con ello un alto grado de colaboración.
El acto mismo de convivir requiere de ciertas condiciones. Lo primero es que las personas involucradas cuenten con un alto nivel de autoconocimiento y autoestima. Para quién no se conoce y no se valora, resulta prácticamente imposible relacionarse positivamente con los demás. También es necesario que las personas tengan desarrollada la capacidad de manejar adecuadamente sus emociones y sentimientos. Diríamos que dejen de jugar el rol de víctimas de los demás y se conviertan en dueños y protagonistas de sus vidas. Como ya mencionamos, se debe de contar con las capacidades de empatía y de asertividad; sin ellas es imposible tener una convivencia real. Contando con estos elementos, la comunicación compasiva se dará con mayor facilidad.
Una de las claves fundamentales en todo proceso de convivencia, es evitar a toda costa la evaluación o juicio de los interlocutores. Siguiendo la línea de Carl Rogers, diremos que es necesario tener aceptación incondicional hacia la persona en cuanto tal. En la medida en que los juicios no se presenten, se facilitará la comprensión de los demás. De lo que se trata es de poner en juego la empatía suficiente para percibir a los demás desde su propia perspectiva. Esto requiere de separar a las personas de sus acciones. En toda comunicación compasiva, es necesario contar con la apertura suficiente para entender las necesidades y sentimientos de los demás y así hacérselos saber.
De igual forma, se requiere del reconocimiento de las necesidades y de los sentimientos propios, así como de la capacidad de comunicarlos asertivamente a los interlocutores. En el sano balance de lo que los demás buscan, con lo que también nosotros pretendemos, es como se puede lograr una mutua y amplia comprensión de necesidades y sentimientos. Logrando esto, todo conflicto conlleva la posibilidad de colaboración, entendimiento y crecimiento. Así es como se construye la posibilidad de desarrollo individual y colectivo.
Valdría la pena que estos conceptos fueran comprendidos y vividos por quienes se encuentran en el ámbito del poder. Otra sería nuestra realidad.
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