Hablar de inteligencia emocional supone hacer referencia al adecuado manejo de las emociones. Para entrar en el tema, es necesario indicar que, para tener efectividad en cualquier actividad, es indispensable tener el conocimiento suficiente. Es evidente que nadie, en su sano juicio, confiaría la construcción de su vivienda a alguien que no tuviera conocimiento suficiente para realizar dicha actividad, o encargaría el mantenimiento de su automóvil a quien no supiera cómo realizarlo. Resulta claro que, en éstas como en muchas otras actividades, si de forma personal no tenemos el conocimiento suficiente, buscamos asignarlas a alguien más que sí lo tenga.
Así pues, si pretendemos tener un buen desempeño en el manejo emocional, al menos es necesario tener claridad acerca de qué son las emociones, por lo que es necesario preguntarnos qué son las emociones, y la respuesta es muy sencilla. Las emociones son manifestaciones naturales que nos ayudan a responder ante la presencia de ciertos estímulos. Podemos señalar que son alarmas relacionadas con mecanismos básicos del organismo, mismos que tienen una función específica. Por ejemplo, el miedo, que es una de las emociones más básicas, tiene como finalidad ponernos en alerta ante la presencia de una amenaza.
Es importante dejar claro que, en este tipo de situaciones en donde, por ejemplo, se presenta una amenaza súbita, la respuesta más efectiva no parte de un razonamiento, sino de la reacción ante el estímulo. Dicha respuesta tiene implicaciones inmediatas que disparan algunos mecanismos biológicos y que derivan en incrementar las capacidades para resolver la situación de peligro que se presenta. De igual forma podemos referirnos a las demás emociones básicas, pues todas disparan mecanismos automáticos en el individuo, mismos que sirven para responder de la manera más efectiva ante un cierto estímulo.
Otra emoción con la que podemos ejemplificar es la que llamamos afecto, la cual se manifiesta con una amplia diversidad de expresiones. Por ejemplo, el afecto de una mamá por su bebé, o bien el que se produce entre dos personas atraídas físicamente, o el que hay entre amigos o hermanos. En cada caso podemos descubrir los mecanismos de respuesta que se generan ante los estímulos que disparan esa emoción que llamamos afecto.
En el caso de la madre con su bebé, típicamente encontraremos una ternura natural que la lleva a cuidar y proteger al hijo, aún inclusive, y si fuera necesario, a riesgo de su propia vida. De no existir dicho cuidado por parte de la madre, la criatura tendría serios problemas para sobrevivir. También en el caso de la atracción física entre dos personas podemos encontrar que hay respuestas automáticas; en uno de sus sentidos, se despierta la necesidad de una intimidad que, en último término, favorece la subsistencia de la especie. También en éste caso, como en el de los hermanos y amigos, se genera un círculo de apoyo mutuo que es necesario para mejorar la calidad de vida de las personas. Con estos pocos y sencillos ejemplos podemos comprobar que cada emoción tiene un sentido natural de ser.
Si entendemos bien lo anterior, nos quedará claro que las emociones nos ofrecen una buena cantidad de información relevante, que nos impulsa a comportarnos de una forma efectiva, podemos decir inteligente. Con esto estamos señalando que las emociones, como respuestas naturales ante los estímulos que las generan, de ninguna forma pueden ser clasificadas como negativas o positivas, ni tienen tampoco la característica de ser buenas o malas. Si como ya hemos repetido, son simples alarmas propias del organismo ante algunos estímulos que se le presentan, nos debe quedar claro que no son producto de un proceso de elección sino que son reacciones automáticas.
Desde luego que esto no es lo que nos han enseñado. A la mayoría de las personas se nos ha educado haciéndonos creer que hay emociones buenas y malas. Ya sea por desconocimiento o por un sentido moralista mal entendido, se nos inculcó que a las emociones malas, era indispensable reprimirlas. En realidad es un error señalar que emociones como la ira son algo negativo, cuando en realidad, como hemos indicado, son sólo respuestas automáticas ante estímulos y que de hecho tienen una función específica.
No comprender lo anterior nos lleva a generar inadecuadas sensaciones de culpa que terminan por afectar profundamente a la persona, haciéndole creer que sus emociones son actos negativos que ella misma ha elegido. Hoy resulta necesario reorientar el concepto que tenemos de las emociones, separándolo y separarlas del manejo que se hace de ellas. Por eso es que resulta de suma importancia diferenciar entres emociones y sentimientos.
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